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Cómo construir un suelo fértil?


Cada proyecto concebido para las diferentes áreas de nuestro terreno, con propósitos de cultivos o jardines, comienza con un reconocimiento del suelo y su aptitud productiva, como primer paso.

Una simple ojeada nos dirá muchas cosas, si aprendemos a distinguir sus componentes y el porcentaje presente de cada uno, así como la forma en que se distribuyen, como veremos más adelante. Sus tendencias dependen en gran parte del contexto geográfico en que se encuentran, pero cada suelo tiene también particularidades que lo hacen único y especial.

El conocimiento de nuestro terreno nos permitirá obtener de él respuestas muy satisfactorias, que en la medida de nuestra disposición a entender sus procesos se harán más amables. Su lenguaje es muy simple, en lo que a textura se refiere, como primer acercamiento a la correlación de los diferentes tipos de suelo y su respectivo potencial productivo. Un conocimiento más exhaustivo y profundo requiere de un análisis químico, como ya hemos señalado en anteriores ediciones.

Textura del suelo del jardín

Cuando se quiere tener éxito en una explotación agrícola haciendo uso de diferentes prácticas culturales, como labores del suelo, fertilizaciones, enmiendas, riegos y otros, es preciso contar, primeramente, con un conocimiento adecuado de las propiedades físicas y químicas del suelo, lo que redundará en su comportamiento biológico.

Sin duda, la textura es una de las propiedades físicas de mayor importancia. Los agricultores están al tanto de lo que esto significa, pues han llegado a distinguir los suelos pesados, los sueltos, los arenosos, los francos y los arcillosos, además de una infinidad de combinaciones. Cada uno conlleva mayores o menores labores.

Técnicamente, la textura es una propiedad que se refiere a la clasificación y proporción de las partículas del suelo, según el tamaño de ellas. La arena, el limo y la arcilla constituyen el elemento fino; la grava, casquijos y piedras, el elemento grueso o esqueleto del suelo.

No es frecuente encontrar suelos simplemente arenosos, o limosos o arcillosos, sino que están constituidos por una combinación porcentual de los tres tipos de partículas. Esto lleva a distinguir clases de texturas de acuerdo a los posibles porcentajes de la arena, el limo y la arcilla presentes en el terreno. Estas clases de textura tienen una extraordinaria importancia, ya que influyen en las propiedades físicas que determinan condiciones favorables o desfavorables para el desarrollo de las plantas, como son: aireación, infiltración, escurrimiento, retención de humedad, provisión de elementos nutritivos, facilidades en el laboreo y necesidades de riego, por nombrar algunas.

Si hay un dominio de la arena y de los elementos gruesos, el suelo será muy poroso y muy permeable, retiene poca humedad, es "secante", tiene poca cohesión, menos plasticidad y pocas reservas de elementos minerales nutritivos. A la inversa, si predomina la arcilla, el suelo es poco filtrante, retiene mucha humedad y más elementos nutrientes. Ambos extremos no son adecuados. La textura llamada media o suelo franco es la más adecuada y es la que presenta o contiene 20% de arcilla, 40% de arena y 40% de limo.

Estructura del suelo del jardín

La arena, limo y arcilla, que dan lugar a las diversas texturas, no están de manera aislada en el suelo, sino que conforman agregados terrosos de tamaño y formas diversas. Los hay de forma "granular" o de "miga"; como "prismas"; "columnares"; "laminares"; "grano simple"; sin estructura definida o con estructura masiva.

La estructura del suelo es de fundamental importancia, pues determina las condiciones favorables o no para la circulación del aire y del agua en el terreno, lo que incide en que las raíces de las plantas puedan desarrollar sus funciones fisiológicas.

La mejor estructura es la "granular', por su adecuada constitución física. No obstante, es fácilmente deteriorable por exceso de laboreo mecánico, pérdida de la capa vegetal, destrucción de la materia orgánica o por la erosión, insuficiente drenaje, formación de terrones y costras, compresión y compactación del suelo, además de otras causas.

A la inversa, los recursos para mantener una buena estructura del suelo son, entre otros, control de la erosión, restitución de la materia orgánica mediante rotaciones convenientes que incluyan praderas, incorporación de guano de corral, uso de mantillo o compost; empleo racional de fertilizantes, control de napas de agua, drenajes adecuados y cultivos en terrazas y todo lo que signifique proteger y enriquecer la tierra.

Tanto la textura como la estructura del suelo determinan las condiciones favorables para el desarrollo biológico adecuado del mismo, lo que redundará en cultivos prósperos y buen rendimiento. El manejo del suelo es fundamental para tener éxito en los cultivos.

Mientras un análisis físico del suelo nos indica su textura y estructura, el análisis químico indicará tanto los elementos presentes como aquellos de los que carece. En conjunto, ambos aspectos nos indican la frecuencia de microorganismos y el posible desarrollo y rendimiento que nos darán los cultivos, al igual que la elección de los cultivos más convenientes en cada caso.

Cuando la tierra, en cuanto a suelos se refiere, deja de tener misterios; se hace más amiga y hasta puede comenzar con ello un largo idilio