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Animales silvestres en el jardín del hogar


Existen poderosas razones para poblar además de los cielos, los bosques... el jardín con aves silvestres. Si causan algún daño a la producción frutal u otros cultivos, evalúelo con la misma aceptación que reserva para los factores climáticos u otras variables que no se pueden evitar y que impiden llegar a una cosecha ciento por ciento perfecta.

La mayor parte de las especies que se alimentan de nuestras plantas tienen muy bien ganado ese derecho, porque también comen ciertos insectos que, eventualmente, podrían convertirse en una plaga.

En nuestro país está prohibida la caza de aves silvestres, excepto el caso de 21 especies del total de 436 existentes en el país. Para todas, de cualquier modo, rige la prohibición de envenenarlas, lo que está penado por la ley.

El empleo de venenos, está generalmente inspirado en apreciaciones erróneas, puesto que al cuantificar en forma objetiva los daños, éstos suelen ser inferiores a los que las apariencias indican.

El uso indiscriminado de pesticidas puede también exterminar involuntariamente algunas especies, causando de manera indirecta la sobrepoblación de los insectos que servían a aquéllas de alimento. Los ratones, cuya presencia y perjuicios son motivo frecuente de queja entre los parceleros, aumentan en número a causa de la eliminación de las lechuzas. Una de ellas con cinco crías, caza entre 20 y 25 ratones en una noche, de manera que el origen de cualquier desequilibrio entre las especies debe buscarse primero en los efectos de la intervención del hombre en el hábitat compartido.

Asimismo, cuando hay problemas con un cultivo a causa de las aves, es recomendable optar por prácticas alternativas, previa cuantificación del daño real e identificación precisa de la especie responsable. Existen para tal efecto aparatos sonoros que emiten explosiones o ruidos para espantar a las aves, y también cintas de diversos colores y texturas, que las disuaden con su efecto visual.

Hay que reconocer que no se trata de algo muy simple, porque determinados métodos sirven para algunas especies y no para otras.

En términos reales, hay una enorme cantidad de aves cuya presencia es benéfica para los predios rurales, así como también algunas que provocan problemas, pero siempre relativos.

Entre las que se alimentan de granos, como trigo, maíz y maravilla, están las palomas, torcazas y otras de la misma familia; además de tórtolas, codornices, diucas, chirigües y jilgueros, los que en épocas reproductivas consumen también insectos como complemento proteico. Además, lo que aprovechan verdaderamente es el rastrojo; es decir, el grano caído después de la cosecha.

Las herbívoras que abundan son la rara (pequeña ave que cae sobre los frutos del caqui), zorzal y tordo (también aficionados a la fruta tierna), entre otros.

Los insectívoros son abundantes, porque entre ellos se incluyen aves que también comen ratones, conejos y otros roedores, como los tiuques y los cernícalos. Principalmente insectos consumen las dormilonas, diucones, chercanes, rayaditos, comefebos, carpinteros, pitihues, picaflores, bandurrias y cuervos de pantano.

La caza permitida de aves silvestres

Gran parte de las especies cuya caza está aceptada tienen en realidad una veda parcial, que determina el período del año, región territorial y número de piezas permitidas por excursión.

De este grupo de aves de caza autorizada, aquellas exóticas consideradas muy dañinas para las actividades silvoagropecuarias o que afectan a la supervivencia de las especies nativas, no tiñen veda en ninguna época del año.

Las sanciones para quienes compren, cacen, vendan, transporten, comercien o destruyan huevos o crías de las especies en período de veda, consisten en multas de hasta unos 800 mil pesos.

Conviene recordar que las normas establecidas tienen por objetivo proteger nuestro patrimonio ecológico, cuyo equilibrio depende en gran parte de la fauna silvestre. Una amenaza sobre ella puede ser el comienzo de la destrucción del ambiente natural, que constituye el principal agrado de una parcela.

La alimentación aves silvestres

La tan conocida paloma asilvestrada, denominada científicamente Columba livia, despierta especial ternura de ancianos, niños y en general entre quienes ven en ellas la posibilidad de desahogar su nostalgia por la naturaleza desplazada de las ciudades. Hoy se encuentra permitida la caza de esta especie, debido a su capacidad de proliferación en nuestro medio. Nidifica en los aleros y escondrijos que las edificaciones le brindan.

Es originaria del viejo mundo, donde fue domesticada hace más de 4.000 años. A nuestro continente fueron traída hace ya varios siglos y actualmente se encuentra distribuida a lo largo de todo el país y en la mayor parte de América, asociada a las poblaciones humanas. En la isla Róbinson Crusoe se hallan en gran número, ocupando principalmente acantilados para nidificar.

Su alimentación consiste en frutos y semillas, complementadas en los medios urbanos con una diversidad de restos alimenticios que se encuentran en calles, parques y basurales. Es una especie altamente gregaria, como para reunirse en bandadas que pueden superar el millar de individuos, sobre todo en las cercanías de molinos, graneros y puertos de embarque de granos.

Otra especie de caza permitida, aunque de origen regional, es el yeco o Phalacrocorax olivaceus. Se le conoce también como pato yeco, cormorán negro o cuervo de mar, y su aspecto es algo siniestro: mide entre 70 y 75 cm de longitud desde la cola al pico y se caracteriza por su plumaje completamente negro, con algunos brillos oliváceos.

A pesar de que esta ave es pariente de pelícanos y piqueros, no sólo se le encuentra a lo largo de las costas, sino también en ríos, lagunas, tranques y lagos, incluso a alturas de 5.000 metros sobre el nivel del mar.

Se alimentan principalmente de peces, que capturan buceando, luego de lo cual deben secar su plumaje al sol. Es común verlos durante largo rato sobre los árboles, rocas o el suelo, con sus alas abiertas en espera de que sus plumas se sequen.

Los yecos son usualmente silenciosos; pero en los sitios en que se reproducen y en los dormideros se pueden escuchar distintos graznidos y vocalizaciones que recuerdan más a los gruñidos de un cerdo que a los gritos de un ave.

Debido a la gran cantidad de guano que producen, los árboles utilizados como dormideros o sitios de nidificación mueren, quedando secos y con un característico color blanco.

En el caso de ambas aves, aunque todos los cazadores copen su cuota de caza, difícilmente corren el riesgo de extinguirse, como podría suceder con ciertos exponentes de la flora o fauna natural de nuestro territorio, de no controlarse una multiplicación desequilibrada de cualquier especie