Una hoja típica está formada por un eje llamado pecíolo, que la une al tallo y una lámina ancha o limbo, que puede ser simple o compuesta. El pecíolo puede ser largo, corto, o no existir. En un corte transversal y mirado al microscopio se ve que está compuesto, al igual que el tallo; por haces vasculares, unidos por un extremo a los del tallo y por el otro a los de la nervadura principal del limbo. En el limbo los haces se bifurcan repetidamente, para formar la nervadura de la hoja.
Una capa de células protege a las hojas, conformando lo que se llama epidermis, en ella se encuentran numerosos poros o estomas, que controlan la salida de agua y el intercambio de gases. En presencia de la luz solar, el realiza allí la fotosíntesis, formándose glucosa y otras sustancias activas. En ausencia de luz, se suspende la fotosíntesis.
Las nervaduras de una hoja, como decíamos, se ramifican formando una fina red. Cada nervadura posee tejidos del xilema y del floema, dos tipos de tejidos fibrosos que también se encuentran en la parte interior de la corteza de los tallos y tronco. Con ellos se forman las venas que conducen el agua, sales minerales y nutrientes en general, sirviendo igualmente de soporte al tejido más blando de la hoja.
Las hojas de ciertas plantas desérticas son gruesas y carnosas y sirven para almacenar agua y, para retenerla, forman algunas capas de células más unidas, con cutículas de cierre más gruesas los estomas de la epidermis algo hundidas, para disminuir la transpiración.
Las de plantas acuáticas tienen grandes espacios llenos de aire, lo que les posibilita flotar en el agua. Otras como la de repollo, acelga, entre otras, almacenan grandes cantidades de alimentos