
Cultivar tu arríate o macizo en el jardín
Si quieres que tu arriate o macizo prospere, debe gozar de  las  condiciones óptimas cuanto al lugar, el suelo, la ventilación y el  clima.  Para asegurarse de que todos estos elementos juegan a tu favor  es importante  empezar por desarrollar un plan cuidadoso y una lista de  comprobación, y  aplicarlo paso a paso, como un general preparando el  plan de batalla.
 Consejos sobre el  lugar
   Empieza con  un estudio detallado del lugar, ese espacio de  tierra único que  constituye tu zona de jardín. Lógicamente, tu finca se ubica  dentro de  una vasta región geográfica de clima conocido.
  A menudo, ese  espacio en el que quieres crear tu macizo o  arriate tendrá un  microclima propio. Perfilado por la acción del sol, el viento  y las  variaciones topográficas, puede que, por ejemplo, en una zona el suelo   esté encharcado y a sólo z m. sea árido y seco.
  Estas  variaciones microclimáticas suponen tanto un reto como  un regalo. Por  ejemplo, puede que descarten algunas especies que, de lo  contrario,  serían ideales para
  el clima de la región, pero también brindan  la oportunidad  de experimentar con plantas que, en condiciones  normales, quedarían  descartadas.
 Al evaluar el lugar, toma nota  de los cambios estacionales  durante toda la temporada de crecimiento.  Una zona que tiene muchas horas de  sol a principios de primavera, puede  que sólo disponga de sol durante medio día  cuando los árboles ya  tienen hojas. Cuando llegue el momento de elegir las  plantas, deberás  saber si el lugar que ocuparán tiene sol todo el día (mínimo  seis  horas, por lo menos cuatro por la tarde), semisombra (entre tres y  cuatro  horas de sol por la mañana y sombra el resto del día), penumbra o  sombra total  (sin luz directa pero con suficiente luz indirecta para  que las plantas puedan  crecer).
  Entonces, piensa en cómo  utiliza tu familia el espacio  destinado al jardín. Toma nota de en qué  zona se reúnen y, especialmente, dónde  se instalan cuando disponen del  tiempo y las ganas de disfrutar del jardín  -tanto si lo miran desde una  ventana del salón, por ejemplo, como desde un  camino, patio o terraza  exteriores.
  Decide por dónde te gustaría que pasearan los  miembros de tu  familia y las visitas, y cuáles son las zonas que  fácilmente pueden pasar  desapercibidas. Finalmente, añade a tus  valoraciones sobre el lugar algunas  reflexiones sobre las vistas que  existen más allá de tu propiedad y piensa si  quieres potenciarlas o  disimularlas. 
 Puede que existan algunos inconvenientes,  como  esa fea caseta para las herramientas de tu vecino, que preferirías  ocultar  o, por lo menos, minimizar. En tal caso, puedes colocar un seto  o pantalla en  ese lugar y emplazar tus macizos de flores, más  atractivos a la vista, en otra  zona. Una vez tomadas estas decisiones,  llega el momento de estudiar la tierra.
 Tipos de suelos
    El suelo tiene tres capas diferentes, empezando por la  típica capa  marrón oscuro del exterior, pasando por varias subcapas hasta la  derivada  de la roca del fondo. Para plantar la mayoría de flores y  arbustos sólo es  importante la primera capa. Esta sustancia maravillosa  -que generalmente no  tiene más de 4 cm. de profundidad- produce  organismos vivos y lo que puede  ofrecer a tus plantas es muy variable.
   Esta primera capa se compone de una mezcla de partículas  minerales  inorgánicas -que van desde arcilla microscópica, a sedimentos un poco   más grandes y hasta la arena, que es todavía más grande- además de aire,  agua y  materia orgánica. Esta última consiste en un caldo de plantas  en descomposición  y materia animal que se están convirtiendo en  importantes nutrientes para las  plantas, gracias a la acción de  microorganismos vivos, insectos y gusanos de  tierra. Esta capa de  tierra se clasifica en función de su textura, que puede  ser arenosa,  arcillosa o marga.
  La tierra arenosa es relativamente alta en  partículas  minerales de escaso valor; es ligera, no se compacta y tiene  tendencia a  calentarse y a estar preparada para el cultivo a  principios de primavera, a  diferencia de otros tipos de tierra más  densos. Las raíces penetran este tipo  de tierra con relativa facilidad,  pero no las sujeta firmemente; tampoco  retiene el agua ni sus  substancias nutrientes.
  La tierra arcillosa es más pesada, con  partículas más finas  que, al mojarla, pueden convertirse en una masa  pringosa o pegajosa que, cuando  se seca, es tan dura como el cemento.  Puesto que es demasiado compacta para que  circule demasiado aire y  retiene el agua, la tierra arcillosa puede ser perjudicial  para las  plantas, asfixiándolas y potenciando que se pudran las raíces.
   La marga se compone, a grandes rasgos, por un 40 por ciento  de arena,  un 40 por ciento de sedimentos y un 20 por ciento de arcilla. Cuando  se  acompaña de materia orgánica suficiente, tiene un tacto ligeramente  húmedo y  forma pequeños grumos irregulares que dejan mucho espacio para  que circulen el  aire, el agua y los nutrientes. Este tipo de tierra es  la preferida por la  mayoría de las plantas que crecen en arriates y  macizos. Si tu tierra se aleja  mucho de este ideal, existen soluciones  para mejorarla.
 ¿Cómo mejorar la  tierra?
   La mejor  solución -en realidad la panacea para cualquier  tipo de tierra- es el  compost. Esta rica y oscura amalgama de restos de plantas  en  descomposición no sólo aporta fertilidad a cualquier tipo de tierra,  sino que  da cuerpo y densidad al suelo arenoso, a la vez que aligera y  abre huecos en la  tierra arcillosa.
 Otra mejora importante está  en relación con el pH de la  tierra, que es la abreviación para  referirnos al nivel de acidez o alcalinidad  de ésta. Puesto que el pH  de tu arriate o macizo puede afectar la capacidad de  las plantas para  asimilar los nutrientes, debes testar la tierra con  regularidad. Puedes  hacerlo usando un kit sencillo que encontrarás en cualquier  vivero.
   La mayoría de flores ornamentales crecen mejor cuando el pH  de la  tierra está entre neutro (alrededor de 6.5 hasta 7) y ligeramente ácido   (5.5. a 6). Sin embargo, numerosas plantas, incluyendo la mayoría de  las de  hoja perenne, plantas silvestres y los arbustos de flor como las  azaleas,  rododendros y laureles, prefieren las tierras ácidas. Cuando  decidas qué  plantas pones en un macizo o en un arriate, tendrás que  elegir entre limitarte  a las especies compatibles con el pH actual de  la tierra, o alterar el pH para  poder plantar otras plantas que te  gustan más.
  Cuando la tierra resulte demasiado ácida, antes de  plantar  en otoño, aplícale piedra caliza en una proporción 1.2kg. a 1.8  kg, por cada  9,3 metros cuadrados, riega con agua abundante y vuelve a  observarla al cabo de  unos días. Si la tierra es demasiado alcalina,  corrígela con sulfato de  amoníaco o sulfato de hierro, según las  instrucciones del paquete, o aplica un  fertilizante de tipo ácido, y  vuelve a examinar la tierra pasados unos días.
 Fertilidad del suelo
    De forma natural, el suelo contiene distintas proporciones  de los  tres mayores nutrientes para plantas -nitrógeno, fósforo y potasio-   junto con los minerales esenciales. Puedes devolverle a la tierra los   nutrientes que le faltan o que han sido consumidos por las plantas mucho  más  rápido que el proceso natural. Hazlo antes de plantar a la vez que  realizas las  mejoras necesarias en el tipo de suelo. Si después  necesitaras más  fertilizante, añádelo periódicamente removiendo la capa  superior del suelo.
  Para mejorar la calidad del suelo, puedes  usar una  combinación de materia orgánica, como el compost u otros  abonos a base de humus  y materia orgánica, o fertilizantes secos  inorgánicos. (Si sólo quieres usar  fertilizantes naturales busca las  palabras "orgánico" o  "natural" en el envase). Lo que normalmente se  denomina un  fertilizante completo es el producto inorgánico resultado  de la formulación de  tres nutrientes clave en varias proporciones que  se expresan mediante la  secuencia de tres números. De este modo, un  5-i0-5 en la etiqueta, significa  que el producto contiene 5 por ciento  de nitrógeno, 10 por ciento de fósforo y  5 por ciento de potasio,  siempre en ese orden; 10-10-10 es otra formulación  común. Un análisis  del suelo te ayudará a determinar qué fertilizante, si es el  caso,  necesita tu suelo.
 Conocer tu clima
   Las plantas crecen  bien al aire libre, por lo tanto evita  colocar un arriate o un macizo  en una zona cerrada, donde el aire no circule  libremente. Por otro  lado, la mayoría de plantas ornamentales, especialmente  las altas, se  resienten de los vientos constantes. Si tu emplazamiento está  expuesto  al viento, plantéate la posibilidad de plantar un paraviento vivo   mediante grandes árboles o arbustos, o colocar una práctica y atractiva  valla.
  El clima es decisivo para determinar qué plantas   sobrevivirán al invierno. Ello está más relacionado con la temperatura  del  suelo que con la del aire. En climas muy fríos, incluso las plantas  más  resistentes pueden morir si no disponen de una manta para  aislarlas de la nieve  o si están expuestas a los constantes cambios de  heladas y deshielo, que las  obligará a esforzarse por salir de la  tierra. Para evitarlo, aplica un manto  para el verano, como hojas  secas, gravilla o astillas de madera, dejando libre  el contorno de las  plantas.
  Observa las plantaciones de tu vecino y experimenta en  tu  propio jardín. A partir de los resultados, podrás probar con plantas  que sean  de una zona un poco menos dura que la tuya si dispones de un  lugar encarado al  sur, que está cerca de la casa o protegido