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Historia del Ceibo


Los guaraníes lo llamaban suiñandí, "el árbol verrucoso que vive junto al agua"; los brasileros, corticeira, "el árbol de corcho"; los norteamericanos, coral tree, "el árbol de coral". Los rioplatenses lo llamamos ceibo o seibo (las dos formas son correctas), aunque su nombre científico es Erythrina crista-galli (de eritros, rojo y crista-galli, cresta de gallo).

Es nuestra flor nacional desde 1942, cuando ganó una puja con el jacarandá y la pasionaria -que competían por idéntico honor- bajo el gobierno de Ramón S. Castillo.

Características del Ceibo

Su tronco tortuoso, su corteza gruesa y sus ramas cubiertas de aguijones crecen naturalmente en las costas de nuestros ríos del este, aunque sean pantanosas. La Argentina subtropical, el Uruguay y el sur de Brasil han sido sus hábitats naturales aunque su cultivo está ampliamente difundido. Crece naturalmente en Salta, Jujuy Tucumán, norte de Santiago del Estero, Chaco, Formosa, Santa Fe, Misiones, Corrientes y Entre Ríos, siempre en los bordes húmedos de ríos y arroyos y en las islas del Delta del Paraná, donde se lo puede utilizar como colonizador de áreas pantanosas.

La belleza de sus flores amariposadas de color coral vivo (que aparecen en la primavera temprana en el noreste y persisten hasta fines del verano en la zona más sur) despertó la envidia de otras naciones que se lo llevaron para cultivarlo al aire libre -como en Florida o California, en Francia, Italia y España- o como planta para interior en los climas más fríos. En este último caso puede florecer sin problemas aunque su porte nunca supera al de un pequeño arbusto.

Su reproducción es muy simple ya que las semillas -que crecen dentro de vainas o chauchas encorvadas- germinan con facilidad. También pueden cortarse estacas a fines del invierno, como las que se utilizan para reproducir sauces y álamos, y plantarlas directamente en tierra.

Propiedades medicinales del Ceibo

Muy cercano al arte y la poesía nativa, el seibo también formó parte de las antiguas recetas de la medicina popular. Se usaba la corteza tostada y molida para curar llagas o heridas y las flores, hervidas y con azúcar, para combatir la tos convulsa. Las semillas contienen alcaloides (también las hojas, aunque en menor proporción). Dio lugar a leyendas, poesías y canciones y sus flores en racimos son una delicia para los picaflores. Una planta autóctona que no sólo por ser la flor nacional merece un lugar en el jardín