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Historia de los jardines los montesinos,los desamparados,ameva,hurchillo,jacarilla

Los grandiosos jardines romanos 

Si lo que queremos es recoger lo más importante de la historia de los jardines debemos analizar a los grandiosos parques romanos, que buscaban satisfacer las necesidades de cada ciudadano, fuera sedentario o itinerante, intelectual o deportista, y ser dignos del ombligo del mundo de entonces, buscaban los romanos con la construcción de sus grandiosos parques y jardines.
Para decirlo en una palabra, las áreas verdes del apogeo del imperio fueron monumentales. Consecuencia, al decir de los entendidos, de su megalomanía a gusto por lo grande, en contraposición con el cuidado por la armonía y la belleza del pueblo griego.
En el paisajismo -arte que se ocupa de poner en orden distintos elementos dentro de un lugar- los romanos combinaron hermosura con utilidad, En aquella época, los sitios eran de dimensiones espectaculares, auténticas fincas, y al planificar un jardín o parque, el desafío era enorme, pues había que armonizar prados, árboles y flores con una serie de construcciones que tenían un sentido práctico además de estético. Entre ellos estaban el acueducto, que llevaba el agua de un lugar a otro; el teatro, donde se realizaban los espectáculos para el pueblo; el templo, destinado a los dioses; las termas para bañarse, los puentes y la biblioteca.
Los primeros jardines aparecieron en la Campania, cuyos puertos comerciaban con Delos y oriente. Según se sabe, las casas allí se abrían sobre un pórtico que daba al parque o, en su defecto, se intentaba crear en el interior uno ilusorio, por medio de frescos.
Justamente estas pinturas, junto a textos literarios, especialmente de Plinio el Joven, y descubrimientos arqueológicos como los de Pompeya y Herculano, han permitido conocer cómo eran los jardines romanos. La mayoría utilizaba la sombra, los juegos de agua, el artificio de la rocalla, avenidas flanqueadas por arbustos hábilmente cortados y pabellones aislados, de tal modo que podría hablarse de un "barroco flavio".

Parques públicos del Imperio Romano

Los magníficos parques públicos creados en Roma se explican por factores de tipo cultural y político. Entre ellos están la influencia de la quinta, el aporte del elemento rural emigrado a la ciudad, una nueva preocupación por la higiene ciudadana y, sobre todo, consideraciones políticas como el deseo de dar al ciudadano un cuadro de ocio, y al pueblo, una capital capaz de competir con las grandes metrópolis helenísticas.
El jardín romano llega a ser una realidad viva para satisfacer las necesidades de cada habitante, por disímiles que sean sus intereses.
La villa del emperador Adriano en Tiburio resume su evolución, con herencias griegas y orientales.
Admirador de los primeros y viajante infatigable, Adriano quiso construir su residencia en el campo, de manera de inscribir en ella los nombres de los sitios célebres que había visitado. Edificó un palacio con una vivienda reducida, apropiada para la vida cotidiana. Sin embargo, el exterior era muy diferente: un juego de terrazas, con pórticos y estanques de mármol, desde donde se descendía a través de una rampa hacia los parterres, salvaba la depresión del terreno. Delante se levantaban diferentes edificaciones, entre ellas departamentos oficiales y salas de audiencia, además de los elementos que se consideraban indispensables en la decoración de grandes parques: piscinas, termas, zonas de juego y teatros, al menos tres de la villa de Adriano. También había un estadio destinado al atletismo y un sitio consagrado a los placeres intelectuales.
En la residencia imperial, también se ve claramente el artificio de la sorpresa, argumento esencial en el arte de la jardinería, que se aplica hasta nuestros días. Con este recurso, se conduce al paseante a través de un trayecto propuesto con una monotonía calculada, hasta un punto donde él descubrirá, de repente, un espectáculo inesperado. ¡A cuántos visitantes ilustres habrá sorprendido Adriano con su "Poecille", imitación de un monumento de Atenas, su ciudad admirada, que se erguía orgulloso en medio de la campiña romana