Hace algunos años, cuando un constructor de piscinas se entrevistaba con un posible comprador, el tema del diseño de la piscina casi no se tocaba; se hablaba, desde luego, sobre el tamaño de la misma, sobre el lugar donde se la instalaría, también sobre el material elegido para construirla y, muy probablemente, sobre el tiempo que demandaría la construcción. Pero el diseño de piscinas quedaba oculto detrás de ese conjunto de temas aparentemente más importantes y urgentes, ya que muy probablemente la piscina fuera rectangular, tal vez con forma circular o, incluso, pudiera tener forma de “l” o algo por el estilo, pero ninguna forma más arriesgada o atractiva se cruzaría por la cabeza de las personas. Así fue durante muchos años, hasta que el impulso que la industria de las piscinas vivió a fines de la década de 1970 hizo que tanto la mentalidad de los constructores como la de sus clientes se viera drásticamente modificada. De esta forma, las personas ahora comenzaban a prestarle más atención a la forma de las piscinas, las posibilidades de innovación que había y cómo no perder comodidad, sino, de hecho, ganarla gracias a los nuevos diseños. Para que esta nueva tendencia realmente cobrara fuerza, fue clave el aporte de los nuevos diseñadores, que revolucionaron el concepto de lo estético y le otorgaron un carácter artístico a cada nuevo objeto que creaban; desde un portalápices, pasando por un automóvil, hasta teléfonos celulares y todo aquello cuyas formas pudieran ser cuestionadas y replanteadas con el fin de mejorarlo.
